Abrazo

Adeudando sueño de tres noches caminé por la vereda comercial. Durante el día el pago onírico se realizaba en cuotas que no eran cómodas y no duraban más de quince minutos. Nada podía engañar ese cerebro que amasaba un dolor del lado derecho.

El sol recalcitrante y la humedad que levantaba vapores nauseabundos de una tormenta prometida para las 8 de la noche, cerró mí estómago. En tres días había comido un plato de fideos, tres manzanas, tres bananas y una bolsa de tostadas de arroz con queso de untar.

Cerca de las cinco de la tarde me puse en cuclillas en la vereda. La baja presión, el calor, el cansancio, el dolor de cabeza y las emociones que se amplificaban desproporcionadamente me tenían aturdida. Nadie hizo nada.

Pero algo pasó.

Recibí el mejor abrazo del mundo. Sorpresivo. Suave. Cálido. Con ganas de quedarse indefinidamente. Solo su cabeza en mí hombro derecho y su pata en mí hombro izquierdo.

Interminable momento entre aquel caniche y yo.

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