Gotas de furia
Ya es tarde. Va acabando el día- La noche es negra en su espesura. Hay nubes y olor a humedad. Quizás no llueva por una semana entera o quizás lo haga esta misma noche. Pero ya no me importa. Antes esperaba anticiparme a cada tormenta. Tres dolores me separaban de cada chubasco: el dedo gordo del pie derecho, el dedo gordo del pie izquierdo y una cicatriz en la misma pierna. Cuanto mas cerca el fenómeno meteorológico, más intenso el dolor. El criterio no era cuanta agua cae sino a cuanto del evento. Aunque hay veces que si, el mundo se cae abajo cuando ya no puedo caminar. Pero ya no me detengo a analizar mis predictores. ¿Para qué tener este don tan inservible? ¿De qué enorgullecerme cada vez que le acierto a una tormenta, si nadie me paga por anticiparme? En cambio, las tormentas que no puedo anticipar son las que inundan mis mejillas. Las que después de largas charlas hacen que duelan todos los huesos por la furia que ocasiona la despreocupación, la inmoralidad y la corrupción a