En una isla con un paquete de tostadas.

Imaginate una playa divina: arena suave bajo tus pies, el mar haciendo olitas con espuma, a lo lejos un montículo de rocas en donde rompen las grandes olas, palmeras altas, la temperatura ideal y ese traje de baño que venís usando hace varios años.  Siempre amaste la naturaleza y decidiste aventurarte a pasar una semana solo, valiéndote de tus propios recursos para sobrevivir.  Espléndida idea, lejos del ruido y la contaminación de la ciudad.  Además pensas que darte este gusto es algo que se vive una vez en la vida y vale la pena, porque no es sano arrepentirse de haber gastado todos tus ahorros tan seguido.
Respiras profundo, todo es maravilloso.   Con tus aptitudes de Homo Sapiens pensas que todo va a estar a tu favor.
Al Tercer día tenes un hambre que no das más.  Revisas tu bolso y encontras un paquete de tostadas.  Mamá, que sabe más que Darwin, tuvo la clemencia de poner un paquete de tostadas para que sobrevivas.  Ahora lo único que te separa del objetivo es un simple envoltorio... “bah, juego de niños”
Primer intento:
Das vuelta el paquete en todos los sentidos posibles, examinándolo en detalle. Buscas esa bandita roja que todos los paquetes tienen.  Todos... excepto este.
Segundo intento:
Tomas con los dedos la solapita del paquete que esta en el medio, y con la otra mano tiras del otro lado.  Con una pequeña abertura, lo demás sería facil.
Tercer intento:
Los dientes nunca fallan.  Agarrás un extremo del paquete apretando con los caninos.  Un pequeño corte sería suficiente.
Cuarto intento:
Con las uñas tratas de cortar el paquete.  Escuchas los primeros crujidos de tostadas.
Quinto intento:
Te das cuenta que te olvidaste tu herramienta multifunción en casa, sobre la mesa de luz.
Sexto intento:
 Buscas una piedra con filo y empezas a raspar el paquete, entre la segunda y la tercer tostada.
Séptimo intento:
Tirás de las solapitas, al mismo tiempo que le clavas los dientes y le pasas la uña del dedo gordo del pie, raspándolo contra una piedra afilada.  Crujidos de tostadas.
Octavo intento:
Buscas un cangrejo.  Lo provocas un rato para que pelee contra el paquete y lo rompa.  El cangrejo no lo reconoce como enemigo.  Te calentas y le pegas una tremenda patada al cangrejo entre pinza y pinza.  Conseguiste la cena.
Noveno intento:
Te trepas a una palmera.  Arrancas un coco y lo atas al paquete de tostadas con un cordón de tu zapatilla.  Dejas caer todo hacia una roca puntiaguda, pensando que el peso del coco va a facilitar que el paquete se abra.  El coco se parte.
Furia total:
Totalmente encolerizado, tiras el paquete de tostadas sobre la arena y empezas a saltar encima pronunciando todo tipo de blasfemias.  Con un placer sádico sentis que las tostadas hacen polvo. Cansado, sobre el paquete, giras los pies hacia un lado y hacia el otro.  “Ahora no quiero comer tostadas!!!!” y el paquete, por supuesto... se abre.

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