La siesta en la playa

La sombra es perfecta cerca del acantilado.

La siesta tiene el fresco de la piedra mojada por la marea, y el sonido del agua que va escurriendose por las grietas antes inundadas. 

El viento trae el sabor crujiente de la arena que se cuela entre la sonrisa y se instala indecorosamente entre los dientes.

Y ese aroma a mar, con sus toques de alga y espuma que pinta la orilla a unos metros dandole el marco y tambien una mùsica de fondo duradera, repetitiva y danzante.

La siesta tarda en venir pero es mejor el preparativo. Ese momento en el que recostas el cuerpo sobre la lonita, la cabeza sobre el bolso, los lentes de sol en los ojos para que nadie te moleste haciendo reflejos absurdos. 

Y respiras. El mundo entra en los pulmones, el cielo, el sol, el universo que fluye de pies a cabeza; los problemas que se van por los pies y el aire que vuelve a entrar renovando la sangre, los pensamientos y fortalece al sonrisa.

Viene el sueño, suave, lento, en una invitación sin comparaciones pero con la certeza de guardar ese momento para siempre. Aun asi las palabras no alcanzarian nunca para explicar lo que se siente.

Estas en una playa, cerca del pie de un acantilado, respirando; respirando y viviendo, sintiendo como se conjuga lo externo y lo interno. El mar te adormece, te acuna en sus canciones de sal y tu mente vuela, se entrega a ese paraìso brillante y acogedor. 

Entonces te entregas a esa tranquilidad, te escondes en ese silencio de felicidad y soñas con esa sensaciòn liberada adentro, un buen rato...invulnerable...

... hasta que alguien te grita: "¿¿¿Vas a querer un mate o no???"