Imágenes entrelíneas

La lectura era amena. El nuevo libro prometía en su primer página una historia de amor no correspondido de una joven aficionada a la filosofía. Los renglones surcaban geométricamente con una tipografía serif los recovecos de una mente inquieta que leía cada segmento devorando cada palabra.

Al cabo de una hora y media había promediado las 52 páginas. Sus ojos se agitaban en latigazos de un lado a otro de la hoja y por momentos debía volver a leer. Se perdía en una imagen paralela que se volaba de a ratos. Cómo dos mundos inmateriales que se superponían, la historia de la novela se rodaba en una parte de su mente y en otra parte ella no estaba leyendo en su habitación. 

Cada tanto sentía que la golpeaba el sueño. Ella ya no se sentía dentro de sus frías cuatro paredes , sino en una tarde de sol leyendo en voz alta y con tono pausado a un otro que cebaba mates y escuchaba atento . No era crudo invierno urbano y real , sino una primavera veraniega con aroma a hierbas y el sonido de una pizca de brisa entre los árboles.

Cada tanto interrumpía su lectura mientras conversaba con aquel para interpretar entre líneas, mientras que en el plano real su lectura seguía bifurcandose entre la protagonista en el paisaje parisino y esa otra versión de si misma que resguardaba para que no se desvanezca. Era como construir dos mundos al unísono y disfrutaba cada uno .

De repente la lectura se acelera , las emociones de la protagonista de la novela tiene un copioso desandar de pensamientos catastróficos. Del otro lado su otra versión lee más despacio porque siente más cerca el calor del rostro de la otra persona. Y levanta la vista. París se disculpa; el reloj en la pared marca una hora que no registra. Su doble siente una intensa sensación de un gesto venidero o de un lento intento de interrupción de la lectura. Se frena en seco.

En el verde paisaje la sensación es confusa. París se diluyó y había una extraña señal dentro de si misma , con la espera de quién no espera pero se disocia de si misma se encuentran imaginándose a su doble mirando un reloj de pared en una realidad que no es suya. Le dio frío. Una mano le acaricia la mejilla y la devuelve a su sitio 

El café estaba delicioso y la charla era amena y a borbotones filosóficos con el libro señalado en la página 52, en una mesa de una cafetería parisina. Aquel sebtado enfrente era el único que desconocía todos los planos de la misma realidad . Aunque tampoco sabían que eran los que de sus ojos brotaban las líneas impresas que en otros mundos se imaginaba quien había escrito el original.

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